11 mar 2009

Y ahi estaba ella (Cap. 2)

Como decía, en mi casa los momentos de paz y tranquilidad de mi padre se interpretaban como el silencio absoluto que debía reinar en casa, si estábamos comiendo en la mesa, yo trataba de no levantar la mirada y no hacia movimientos bruscos, trataba de no alterarlo, yo siempre interpretaba su silencio como el preámbulo a una tormenta si le dábamos el pretexto para iniciarla, dichos pretextos usualmente eran alguna mala calificación escolar o alguna queja de comportamiento, debo decirlo, generalmente de mis hermanos.

Pero el caos también tiene su orden, y mi madre tenia la mente siempre clara para comunicar las noticias hasta que mi padre terminaba de comer sus alimentos, “nunca hay que echar a perder una comida”, decía mi madre, en esos casos, mi madre actuaba como la conciliadora, claro que las más de las veces fallaba con puntería envidiable, y mi padre recetaba sendas nalgadas al hijo infractor en turno, por lo general así recuerdo a mi padre en mi infancia, como el aplicador de los castigos, el fiscal que aplicaba la sentencia, y después de eso, paz y tranquilidad, y silencio, solo silencio.

Un día cuando mi curiosidad infantil estaba a punto de desbordarse, me arme de valor, me dirigí a aquel sillón donde estaba el, y le pregunte a boca jarro:

- ¿Papá que haces en tu oficina?
- ¡Ya lo sabes! Fabrico cosas eléctricas...
- Si pero tu no las fabricas, ¿que haces exactamente?
El hizo una mueca, creo que entendió que necesitaba más datos, yo estaba a punto de salir corriendo
- Creo que deberías acompañarme mañana a la oficina para saber como es todo aquello...
Yo sonreí y asentí, mañana iría a trabajar con mi papá.

El proyecto

Los avances en el proyecto de digitalización eran claros y satisfactorios, se levantaron procesos, se simplificaron trámites y todo se había hecho, sin poder ver a Emma, yo estaba bastante desilusionado por eso, las semanas pasaban y yo trabajaba con gente de la Desarrolladora pero ella en su rango de jefe regional rara vez pasaba por la oficina, y como es de suponerse, siempre se dirigía a mi jefe.

Yo trabajaba con tres personas de la desarrolladora en este proyecto, pero era con Mónica una de esas tres personas, con quien mejores migas había logrado, a veces, después de trabajar salíamos a tomar algún café en plan totalmente amigable, nos caímos bien, a veces nos contamos cosas, la confianza entre ella y yo nació y creció y un día me sorprendí hablándole de lo maravillosa que Emma su jefa me parecía, en anteriores ocasiones pensé contarle pero no lo creí conveniente, ese día lo estaba haciendo y ella contrario a todo lo que yo pensaba, sonreía por mis palabras y parecía alentar mi conversación, ese día ella me contó que aparte de compañeras de trabajo eran muy amigas, un dejo de preocupación me aturdió en ese momento, quizás no era buena idea que Mónica supiera todo esto, pero ya le había contado, la velada de café, como tantas otras, se terminó y nos despedimos, esa noche di vueltas en la cama imaginando a dos mujeres platicando de esto y burlándose de mi.

Yo no volví a mencionar el tema, fue lo que decidí luego de pensarlo mucho, y Mónica tuvo el tacto para no preguntar nada al menos directamente, porque a veces en otras pláticas de café me contaba algunas cosas de ella y dejaba ver detalles de Emma, creo que era su forma de mantenerme al tanto de la vida de ella, era su forma de evitar que yo perdiera toda esperanza de alcanzar algo que a mi me parecía muy lejano.

A final de cuentas llego el día cero, se presentaba el resultado del trabajo del proyecto y ese día me presentaron formalmente con Emma, tocar su mano fue una experiencia que no puedo describir, mis piernas no respondían pero no me dejaron caer, afortunadamente.

El proyecto salió perfecto, razón por la cual todos fuimos a festejar cenando en un restaurante, Emma estaba ahí y yo no hacia más que tratar de hacerme notar, sacaba a bailar a Mónica hacia mis mejores pasos, me mostraba divertido y caballeroso en la mesa, trate de crear una buena imagen mía, en un momento dado, también baile con Emma, quise prometerme a mi mismo que jamás lavaría la ropa que use ese día, en mi casa me hicieron desistir de esa idea a la mañana siguiente.

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